Jamadier E. Uribe Muñoz: Mall en Chiloé: crítica y crítica a la crítica

12.06.2012 12:57


Desde hace ya varios meses la polémica por la construcción del mall en la ciudad capital de Chiloé ha tomado relevancia. Sin embargo, llama la atención que el panorama mediático sea dominado por temas tangenciales e irrelevantes con respecto al evento mismo, y que sean tan mínimos los espacios de reflexión a nivel comunitario.

Sostengo que es necesario dejar la racionalidad farandulera y cuestionarnos el fenómeno del mall en tanto mall y no en tanto sus irregularidades legales. Acá lo sustancial no es quién ni cómo coimeó a quién, ni cómo a nuestra “ilustre” municipalidad le pasaron un gol de varios pisos, ni cómo los socialistas se pasean sonrientes (según dicen las buenas lenguas) con los capitalistas del megaproyecto. Acá lo sustancial es más complejo, acá lo sustancial es el mall.

Si algo hay que reconocerle a nuestra exquisita y refinada población de “alta alcurnia”, es que son los únicos que se han hecho ese cuestionamiento (aparte -claro- de quienes están a favor, con argumentos del más burdo sentido común, que corresponden más a interpelaciones ideológicas que a una actividad racional), pero si algo hay que refutarle es lo superflua y vana de su conclusión: No me gusta el mall porque se ve feo.  O dicho en el lenguaje de ellos “me planteo en desacuerdo con el shopping center, porque rompe la continuidad arquitectónica de la ciudad, vista desde la costanera”;  o “no estoy de acuerdo con el mall, porque interrumpe el flujo de energía cósmica desde el sol a la madre tierra, lo que bloquea el funcionamiento adecuado de mis chacras”; o en el lenguaje de los más pechoños “discrepo de la construcción del mall porque entorpece la visión de la casa del Señor”, como si no se dieran cuenta que hace rato que el Dios del consumo le pasó por encima al Dios de la culpa (un templo por otro).

Si bien, todos estos glamorosos planteamientos atienden al objeto en sí, lo hacen de la misma forma en que la Concertación estuvo en desacuerdo con la herencia de la dictadura: superficialmente.

Creo que los disidentes al proyecto necesitamos una reflexión más profunda y radical con respecto a este fenómeno. No podemos quedarnos sólo en la formalidad de la estructura, como si lo problemático del mall fuera -como creen los “flacos cósmicos”- un tema privativamente estético, disociado de su relevancia política y económica.

Para pensar políticamente una situación -cualquiera sea- es preciso, antes de preguntarse el cómo, preguntarse el para qué. Es eso lo que diferencia a un político de un tecnócrata y/o de un incompetente (entendiendo aquí por tecnócrata no al conocedor de “la técnica”, sino al que ejerce una función política aplicando irreflexivamente la técnica; y por incompetente, a un incompetente).

Podría hacer una larga lista de fundamentos, que digan hacia dónde creo que debe ir Chiloé y Castro en particular, pero para mi propósito basta afirmar que considero que, al menos a corto plazo, hay dos líneas fundamentales que deben guiar la acción ciudadana y sus diferentes expresiones: la autonomía y la solidaridad.

Autonomía, en el sentido de que debe ser cada vez más el pueblo chilote en su conjunto, el que decida participativamente el devenir de su historia, y que deliberando en conocimiento, tenga el control económico y cultural sobre sus procesos productivos.

Y solidaridad, entendiendo que la autonomía por sí misma no es suficiente para levantar un modelo de desarrollo más humano, sino que se precisa la acción concordada de la población en igualdad de derechos y oportunidades.

Sólo teniendo claro hacia dónde queremos ir estamos en condiciones de poder elegir las rutas.

En consideración de lo planteado, creo que la construcción del mall en la ciudad de Castro es altamente perjudicial para el desarrollo social de nuestra isla.

¿Por qué? Porque profundiza la lógica neoliberal e imperialista que tanto daño ha causado al pueblo chilote, explotando sus recursos de forma irracional, sin aportar al desarrollo del territorio y llevándose las ganancias de Chiloé al extranjero (acá entenderemos extranjero como fuera de la isla, puede ser a Chile o a otros Estados); ahonda el proceso de expropiación de los medios de producción y realización de la producción a favor de capitales foráneos y refuerza la cultura individualista y consumista del capitalismo, aumentando los grados de enajenación.

Sostengo que desde el punto de vista comercial el mall perjudicará al pequeño y mediano comercio que aún es predominante en nuestra isla, ya que actuará, o podrá actuar, como espacio para el desarrollo del retail, que compite con ventaja, con una maquinaria propagandística y  una capacidad crediticia mucho mayor que la de la pequeña burguesía comercial chilota. Pero, ¿no beneficia eso a los consumidores? ¿No le conviene a la población que le den más crédito? Lamento contradecir al sentido común neoliberal, pero no, no beneficia a la población en su conjunto, por el contrario, la perjudica.

La propaganda, el crédito y el capital extranjero son MUY dañinos no sólo para el pequeño comercio, que no puede competir bajo esos parámetros, sino también para el grueso de los consumidores de capas bajas y medias (el 98% de nosotros).

“El capitalista no produce para satisfacer necesidades, sino para valorizar su capital generando plusvalía”, sostenía hace más de 40 años el Comandante Ernesto Guevara. La ciencia de la propaganda tiene precisamente ese objetivo, hacer que paguemos por cosas que no necesitamos. ¿Eso quiere decir que el retail sólo vende cosas inútiles? No, eso quiere decir que un alto porcentaje de lo que compramos no es en rigor necesario, más que para calmar la ansiedad que producen los estados de sobreexplotación. Es acá dónde el sentido común dice: “Pero eso es voluntad de cada uno, cada persona ve si se endeuda o no, si compra o no”, de hecho esta afirmación es cierta sólo en última instancia; el status y la extorsión de o estar a la moda o ser un anormal, son definidos socialmente y en relaciones de poder más favorables a los capitalistas que a los ciudadanos comunes. Por otro lado, la seducción del consumo y la asociación del éxito y la felicidad con “el tener” que produce la propaganda, tampoco depende de los sujetos particulares.

¿Quiero decir que Chiloé es territorio libre de consumismo? No, señores, quiero decir que la realización del consumismo como lógica relacional se agudizará en términos concretos y con una consecuencia mucho más nefasta que la que tiene hoy, con el crecimiento de la tasa de endeudamiento. Un endeudamiento radicalmente oligofrénico por objetos que no necesitamos, con dueñas de casa inventándose liquidaciones de sueldo, con trabajadores que deberán hasta 15 veces su salario. Un endeudamiento que hipoteca nuestra libertad más de lo que ya está hipotecada.

La consolidación del capital comercial extranjero en nuestro territorio, si bien es cierto, absorberá fuerza de trabajo, lo hará en condiciones precarias e insalubres, sin contar que debilitará al pequeño comercio, poniendo en riesgo el empleo que éste demanda; se llevará los sueldos de los chilotes al exterior, ya que la remuneración por su fuerza de trabajo, en lugar de ponerse en circulación entre los chilotes, irá a parar a bolsillos foráneos que no compran en Chiloé y a empresas que tributan fuera de la región. O sea, existe el peligro de que el circulante disminuya, pues la ganancia del comercio no producirá consumo en el espacio geográfico en que se obtiene, como pasa hoy con las salmoneras: producen acá y sólo pagan sueldos miserables, mientras sus ganancias circulan en Europa, de donde son sus dueños.

Hasta aquí, hemos argumentado cómo el mall atenta, mediante la monopolización y extranjerización del capital comercial, mediante el marketing y la disminución del circulante, contra nuestra autonomía económica, ya bastante deteriorada.

Pero el mall y su propaganda, no sólo nos hace más pobres en términos económicos. El mall y la lógica del consumo producen una subjetividad precaria, desde la óptica de la solidaridad y la cooperación mutua. Este fenómeno ha sido ampliamente descrito por la literatura crítica, desde Paul Lafargue en “El derecho a la pereza”, pasando por Erich Fromm en “Marx y su concepto de hombre”, hasta Tomás Moulian en “El consumo me consume” (entre muchos otros). Como decíamos más arriba, el centro comercial es el templo del consumo enajenado; el templo del estar rodeados de gente y preferir mirar a las vitrinas que a los ojos; el templo de la competencia por quién puede comprar mejores productos; el templo de la soledad del tener, por sobre el hacer y el ser. Es por eso que considero tan triste ver cómo los pobladores se manifiestan con tanto fervor por un espacio que si no los aniquila, los discrimina.

Finalmente, resta responder a una objeción segura que harán aquellos acostumbrados a ver la realidad sin observarla: “En Castro se hizo una consulta ciudadana, y la gente quería mall, entonces, es lo que la gente quiere y fue decidido democráticamente”.

Partamos por aclarar que desde hace mucho rato se acuerda, incluso entre los estadísticos, que las encuestas no recogen la opinión de la gente sobre el hecho referencial de la encuesta, sino que recogen la opinión de la gente sobre la pregunta misma de la encuesta, luego afirmar que eso es un ejercicio democrático es bastante dudoso, es como decir que el rating en la TV indica lo que la gente quiere ver, cuando es evidente que indica lo que la gente ve de lo que le están mostrando. Y ahí hay algunos que luego dicen “pero si es lo que la gente pide”, “eso dice el rating”. Pero claramente no es así, el rating no mide eso. OJO con los instrumentos, NUNCA son neutrales, aún cuando puedan ser objetivos.

Desde ahí, creo que la encuesta no fue un ejercicio democrático, pues nunca se nos preguntó directamente por el mall, sino por la cantidad de pisos que iba a tener, estando ya levantado el edificio, política y arquitectónicamente. La consulta se realizó en un escenario en que el debate sobre el evento en sí había sido absolutamente eclipsado por la farándula política de las irregularidades legales y aplicando un instrumento a una población desinformada sobre los efectos profundos del mall. Una práctica no extraña – en todo caso – en un país que celebra elecciones sin educación cívica, con menos de la mitad de la población en edad de votar, ejerciendo el voto y con un sistema electoral a favor del bipartidismo. No hay que ser un gran teórico de la democracia para darse cuenta que esas elecciones carecen de validez, pues no se sabe por qué se vota, no se vota, y si se vota, un buen porcentaje de los éstos no serán considerados.

Propongo una reflexión políticamente profunda que nos permita construir una formación social más horizontal, igualitaria y autónoma. Postulo que la belleza, la armonía y la espiritualidad no se pueden divorciar del desarrollo libre y solidario de los pueblos. Hacerlo, sólo nos conducirá a caminos psicóticos, elitistas o hipócritas de desarrollo.

Chiloé, 12 de junio del 2012 D. de C.