Rosabetty Muñoz, ¿De qué nos está hablando?
11.05.2012 00:00
"Dos caminos conducen al desastre: la segregación cuando se enclaustra uno en lo particular, y la disolución, cuando uno se esfuma en el vacío de lo "universal" ". Aimé Césaire. Lettre a Maurice Thorez.
En la década del ochenta, el obispo Juan Luis Isern de Arce, advirtió claramente de los problemas de los que tendríamos que hacernos cargo los chilotes respecto de la invasión cultural que se venía acercando a velocidad amenazante. En lo medular de su discurso, sostenía que el problema no está en los cambios, ni en las herramientas tecnológicas, ni siquiera en el abandono de ciertas formas de vida: el peligro fundamental es perder el protagonismo de la propia vida. Dejarse llevar sin posibilidad de ejercer la discriminación crítica, sin ahondar en la identidad para reconocer con certeza qué es lo que se quiere conservar de un modo de vida y qué se puede adoptar como nuevo. Me acuerdo de haber trabajado en educación con proyectos que preparaban a las comunidades para valorar, no tanto los objetos materiales de esta cultura sino el patrimonio intangible que los sustenta. Cuatro décadas después, la instalación del mall en Castro nos habla del fracaso de todo ese esfuerzo por dialogar en igualdad de condiciones con otra cultura, distinta a la que se había estado formando desde siglos atrás.
Así como la iglesia de Castro se ve desde cualquier punto de la ciudad y su estatura es una señal de la importancia que tuvo para este pueblo la evangelización católica; sabemos que el emplazamiento de la estructura comercial también nos está hablando, más bien vociferando, respecto del estado actual de la vida en Chiloé. No quisiera caer en el lugar común de decir que el Dios que trajeron los jesuitas ha sido superado por el dios del consumo, sin embargo, es útil el símil para decir, cuando menos, que se ha permitido a este nuevo templo elevarse en un lugar estratégico de la ciudad, sentando un bloque de sentido incuestionable: ya no somos los mismos. Los habitantes de Chiloé no están viviendo los valores culturales que dieron origen a una forma de vida particular; se olvida la solidaridad, por ejemplo, a sabiendas de que un mega proyecto como este, arrasará con los pequeños comercios locales. Se pierde el sentido de comunidad al abandonar las formas tradicionales de construcción (en bordemar, de madera, a escala humana, en armonía con un paisaje amable), sometiéndose a una forma ajena que irrumpe grosera, enorme y cuyo único propósito es el beneficio económico.
Acabo de recorrer numerosas ciudades y pueblos europeos. En ninguno de ellos vi un mall en medio del área urbana, es más, la mayoría de los lugares tienen una amarra tan fuerte con su historia que están protegidos por férreas leyes patrimoniales, de modo que para hacer cualquier cambio (en fachadas, construcciones nuevas, uso de los suelos) se deben presentar proyectos y se prohíben todas las intervenciones que dañen el capital arquitectónico/ cultural. Es bueno mirar también experiencias ajenas para comprender mejor nuestra propia realidad, a eso se refería Monseñor Isern con la importancia del diálogo entre culturas.
Me ha impresionado todo el proceso de instalación del mall en Castro. La impunidad de una empresa que, con afán de lucro, impone sus condiciones frente a las autoridades y a los ciudadanos. Me ha impresionado que los vecinos de Castro hayan votado mayoritariamente porque se reanude la construcción. Pienso que el gesto de la consulta ciudadana es tal vez el más interesante de todo este proceso: ¿qué estaban votando en realidad los castreños cuando acudieron a “opinar” con su voto? ¿Quieren un lugar techado donde comprar? ¿Qué haya cine en Chiloé? ¿Qué ya no tengan que ir a Puerto Montt a comprar en multitiendas? ¿Qué aumenten las plazas de trabajo? ¿O tal vez surtió efecto el llamado al chauvinismo que hicieron varias autoridades locales al anunciar que las críticas venían de “afuera”?
La verdadera pregunta es si los chilotes que votaron eran realmente libres para hacerlo, es decir, si estaban eligiendo desde un ser consciente de su identidad. Si, cuando fueron a las urnas, contaban con información suficiente, si habían tenido acceso a otras formas de entender los efectos que podría causar la convivencia con este y otros signos del supuesto progreso. Si al manifestar su voluntad eran protagonistas de ella o meros repetidores de los lemas del mercado que llevan escuchando y viendo por los medios de comunicación desde hace tanto sin ninguna posibilidad de contrapeso.
Mientras se reanuda la construcción de un edificio que, ciertamente representa un hito en la vida de Chiloé, pienso en la intervención brutal que ha estado ganando terreno todos estos años; una cultura foránea que alude a lo universal, que trata de unificar el lenguaje, las formas bajo el expediente de la comunicación global y que, sin embargo, aliena y nos hace perder lo particular que nos defiende de la disolución, y en ese ejercicio nos deja solos, aferrados a las cosas, trabajando para sostener un consumo infinito, como un mecanismo rodado.